A pesar los avances científicos y sociales, de la inteligencia artificial, en pleno siglo XXI ciudades como Paris no se salvan de plagas tan molestas como las chinches o chinches de cama, conocidas científicamente como “Cimex lectularius”.
Esta plaga se reproduce rápidamente y suele ser difícil de eliminar, debido a su resistencia y sus distintos ciclos convirtiéndose en un problema. Desde 1940 los brotes de las chinches se han mantenido a raya por el uso de plaguicidas, sin embargo, como toda especie las chinches han generado resistencia a algunos productos químicos, lo que hace difícil su control. Los profesionales del control de plagas saben que deben rotar la familia química para controlar las chinches y retardar la resistencia.
Los ejes centrales de las medidas que han tomado las autoridades de París incluyen campañas de información para prevenir e identificar la infestación y trabajar en conjunto con las empresas de control de plagas.
Estos son insectos pequeños similares a una lenteja de color marrón rojizo que pertenecen a la familia Hemíptera. Son hematófagos, lo que significa que se alimentan de la sangre de los humanos.
Tarde en la noche, cuando las personas duermen, la chinche sale de su escondite y se acerca a la cara o brazos que son las zonas que más suelen dejarse al descubierto, para alimentarse mientras perfora la piel a través de su aparato bucal. Al mismo tiempo que succiona la sangre va introduciendo su saliva la cual anestesia la zona, por eso su picadura se nota luego de unas horas. Tras esto quedaran las marcas rojizas y sensación de picazón en la persona y el color de la chinche cambiara de color adquiriendo tonos mas rojizos y aumenta de tamaño.
Ciclo de vida
Las temperaturas cálidas favorecen la rápida propagación de esta plaga. Si las condiciones son óptimas, una hembra chinche puede poner entre uno y siete huevos al día. Esto significa que la población de chinches puede duplicarse en tan solo 16 días.
¿Cómo reconocer su llegada al hogar?
Los signos más claros de que esta plaga ha llegado a nuestro hogar son:
Encontrar picaduras que vengan en conjunto ósea, 2 a 3 picaduras juntas.
Presencia de manchas pequeñas y oscuras, que se relacionan generalmente con su excremento.
Rastros pequeños de sangre en almohadas o sabanas.
La mejor manera de controlarla es con un Plan de Manejo Integrado que vaya de la mano con el control químico y cultural. Ante la presencia de una infestación de chinches lo mejor es solicitar los servicios de una empresa profesional en control de plagas.
Se deben realizar fumigaciones preventivas además de inspecciones físicas. Para su efectividad es necesario realizar varias aplicaciones para terminar con todas las fases del ciclo de vida de la chinche. Algunas empresas realizan un control térmico, dada la sensibilidad al calor de las chinches.
Aprovechando que estas plagas son visibles a simple vista los expertos recomiendan para evitarlas:
Inspeccionar la ropa antes de entrar a casa.
Lavar la ropa apenas se ingrese a la casa en agua caliente.
Examinar los muebles, camas y sofás.
Limpiar adecuadamente las maletas después de los viajes con bicarbonato y vinagre.
Control químico con precaución:
Recuerde contratar a personal capacitado para el control de plagas.
Estos profesionales deben adquirir productos originales, autorizados por la autoridad competente.
Deben leer y seguir cuidadosamente las instrucciones de uso de la etiqueta y las dosis recomendadas.
Finalmente la recomendación frente a las chinches en casa, cines, hoteles, colegios y oficinas es no entrar en pánico, ni estresarse al punto de generar ansiedad e insomnio.
La malaria, también conocida como paludismo, es una enfermedad causada por el parasito Plasmodium, el cual se trasmite a través de una picadura de un mosquito infectado y puede contagiar cualquiera de estas subdivisiones:Plasmodium falciparum y Plasmodium vivax, los cuales son los más comunes en la malaria; Plasmodium malariae y Plasmodium ovale son los más fatales si no se tratan a tiempo.
Los síntomas que aparecen entre 10 a 15 días luego de ser picados por el mosquito, van desde fiebre y sudoración hasta dolor de cabeza y vómitos que pueden traer consigo problemas renales o incluso la muerte.
Entre las medidas preventivas se recomienda el uso de mosquiteros impregnados con insecticidas; que tienen como objetivo disminuir el riesgo de las picaduras de los mosquitos infectados. Desde 2005 se han distribuido en todo el mundo más de 2.000 millones de mosquiteros tratados con insecticidas para prevenir la malaria.
Todos estos contaban con una sola clase de insecticida: los piretroides. Sin embargo, como en muchas zonas y como muchas plagas los mosquitos desarrollaron resistencia a este insecticida; por lo que la OMS emitió que es necesario usar mosquiteros tratados con otros ingredientes activos para mejorar la efectividad de estos.
Actualmente, como recomendación de la OMS es necesario usar mosquiteros tratados con piretroide-clorfenapir, que combinan un insecticida piretroide y un insecticida pirrol para potenciar el efecto letal del mosquitero. O usar, los mosquiteros con piretroide-piriproxifeno, que combinan un piretroide con un regulador del crecimiento de los insectos (IGR), que interrumpe el crecimiento y la reproducción de los mosquitos, previniendo ser contagiados por la enfermedad.
Como una estrategia para combatir los contagios en todos los países afectados la OMS creó el Plan de Acción para la Eliminación de la Malaria 2021-2025, el cual es un documento que busca orientar los planes nacionales y promover la acción sistemática de detección, diagnóstico y respuesta, que debe ser implementada masivamente y monitoreada programáticamente.
En este documento se remarca la necesidad de abordar los focos clave de malaria en cada país con soluciones operativas específicas y basadas en la información. Remarcando la importancia de prevenirla con el uso de mosquiteros y de aprender a identificarla tempranamente para tratarla a tiempo sin causar daños graves a la salud de quienes se contagian.
Director de Asuntos Científicos de CropLife Latin America
Los polinizadores, incluyendo abejas, murciélagos, escarabajos y aves, entre otros, son organismos esenciales para la mayoría de plantas angiospermas (plantas con flores) en cualquier ecosistema, así como para la producción de más de 1,200 cultivos agrícolas [1]. Los polinizadores pueden ser muy sensibles a cantidades excesivas de plaguicidas, especialmente a los insecticidas, por lo que para la protección de estos organismos en el campo es indispensable la concientización de los aplicadores de plaguicidas y agricultores. Su participación es crítica para la seguridad alimentaria y la conservación ambiental [2].
En términos prácticos, podemos decir que actualmente uno de cada tres bocados de alimentos que llevamos a nuestra boca dependen de los polinizadores. El costo estimado de este servicio ecosistémico de polinización es de 200 mil millones de dólares anualmente [3]. En países donde la apicultura es más industrializada, las abejas domesticadas son el principal polinizador para los cultivos; pero en la mayor parte de América Latina, son polinizadores silvestres los que más aportan a la polinización de cultivos agrícolas [4]. Esto significa que debemos enfocarnos en las especies nativas de polinizadores en todos los esfuerzos de conservación que adelantemos en la región.
Las autoridades fitosanitarias de cada país en América Latina, están encargadas de establecer las condiciones de uso de sustancias químicas para la agricultura. A través de los datos resultantes de pruebas para evaluar el riesgo a los polinizadores derivados del uso en campo de plaguicidas, se establece claramente cuáles pueden ser las condiciones de exposición que generen toxicidad letal en abejas y durante cuánto tiempo pueden causar toxicidad a las mismas, luego de que son aplicados sobre los cultivos. Dependiendo del nivel de toxicidad de las sustancias, las autoridades pueden requerir datos de estudios más complejos, como aquellos que se realizan en campo y asemejan las condiciones de uso normal de las sustancias.
Los resultados de todos los estudios, tanto en laboratorio como en campo, que se realicen, son utilizados para incluir en la etiqueta de cada producto plaguicida las condiciones de uso que ayudan a mitigar los riesgos a los polinizadores. Es muy importante que aplicadores de plaguicidas y agricultores lean y comprendan las indicaciones de las etiquetas y que tengan en cuenta que no todos los productos requieren las mismas condiciones de uso. Cada producto de protección de cultivos puede tener diferencias, sutiles o significativas, en cómo tratar cultivos en floración, o malezas en floración, sobre aplicar cuando los polinizadores pueden visitar el cultivo o cuando los polinizadores están activamente visitándolo. Esas diferencias son importantes para asegurar una protección adecuada a los polinizadores.
Por ejemplo, para los casos en los que los polinizadores estén activamente visibles en el cultivo, o para aquellos en los que estos organismos pueden visitar el cultivo posteriormente a la aplicación, no se deben utilizar productos químicos con toxicidad residual extendida. Este tipo de productos requiere que sean aplicados únicamente cuando los cultivos no estén en floración. Cada aplicador o productor debe asegurarse y responsabilizarse de conocer la información en la etiqueta de cada producto químico y no simplemente fiarse de la interpretación de otra persona. Del mismo modo, se debe evitar la deriva durante cualquier tipo de aplicación de plaguicidas.
Prevención de Intoxicación en Polinizadores
La mayoría de eventos de intoxicación de polinizadores puede suceder cuando se aplican los plaguicidas durante la floración de los cultivos. Además de esto, también puede suceder intoxicación de polinizadores cuando:
Hay deriva de productos plaguicidas en cultivos o plantas adyacentes que están en floración.
Contaminación de plantas de cobertura en floración al momento de aplicar plaguicida.
Residuos de plaguicidas recogidos por polinizadores forrajeros que llevan de regreso a sus nidos o colonias.
Polinizadores beben o entran en contacto con fuentes de agua contaminadas o rocío en plantas recién tratadas
El aplicador del producto químico es el actor más crítico para prevenir intoxicaciones y reducir el riesgo por plaguicidas a los polinizadores. Lo primero que debe recordar el agricultor/aplicador es que se deben seguir los principios del manejo integrado de plagas y que los productos químicos solamente deben utilizarse cuando sean necesarios. Las siguientes recomendaciones son cruciales en la reducción de riesgos:
Revisar si hay frases de advertencia de Peligro para Abejas o advertencias para polinizadores en la hoja de seguridad del plaguicida y en las indicaciones de uso en la etiqueta.
Tomar en consideración utilizar productos con menor toxicidad a los polinizadores en áreas y cultivos donde puedan estar en mayor riesgo.
Aplicar las medidas necesarias para prevenir la deriva de aplicaciones terrestres o aéreas.
Como la floración es un factor crítico de exposición de polinizadores a plaguicidas, cuando el cultivo o las plantas de cobertura estén en floración tenga en cuenta lo siguiente:
Aplicar plaguicidas sin toxicidad residual extendida al final del día para minimizar la exposición a polinizadores visitando activamente el área
No aplicar plaguicidas tóxicos a polinizadores con toxicidad residual extendida
Evite aplicar cuando haya bajas temperaturas y se forme rocío en las plantas. El rocío puede rehidratar los plaguicidas y aumentar la exposición.
Evite asperjar áreas donde habitan polinizadores nativos.
Establezca buenas relaciones y comunicación constante con los apicultores de la zona.
Aumentar Áreas de Hábitat y Refugio para Polinizadores
Está claramente establecido que los cultivos que están más cerca a hábitats naturales producen mejores rendimientos, ya que atraen más polinizadores [5][6]. Aumentar áreas de hábitat y refugio para polinizadores funciona de la misma manera. Las fincas que convierten parte de su terreno en refugios aumentan su productividad [7]. Este mismo efecto se ha evidenciado incluso en las ciudades [8][9]. Los hábitats de conservación pueden variar en su extensión dependiendo del área cultivada, el tipo de cultivo, su productividad y rentabilidad. Para el éxito de estas estrategias es crítico seguir rigurosamente los principios de Manejo Integrado de Plagas y de Cultivos para el control de las plagas en el cultivo, de manera que se tengan en cuenta los riesgos a y beneficios de los polinizadores. Por supuesto, el manejo de agroquímicos siguiendo las Buenas Prácticas Agrícolas, hace parte de esta estrategia y es fundamental minimizar la afectación a los polinizadores.
CropLife Latin America, junto con sus empresas asociadas y su red de asociaciones en América Latina promueve la protección a los polinizadores y la biodiversidad en general, a través de la construcción de capacidades, la divulgación de información científica y el entrenamiento tanto a aplicadores/agricultores como a otros actores interesados en la conservación de la biodiversidad y el cuidado ambiental.
[3] Nick Hanley, Tom D. Breeze, Ciaran Ellis, David Goulson. Measuring the economic value of pollination services: Principles, evidence and knowledge gaps. Ecosystem Services. Volume 14,2015. Pages 124-132. https://doi.org/10.1016/j.ecoser.2014.09.013.
[4] Garibaldi, L.A., et al., 2013. Wild pollinators enhance fruit set of crops regardless of honeybee abundance. Science 339, 1608–1611, http://dx.doi.org/10.1126/science.1230200.
[5] Kremen C, Williams NM, Thorp RW (2002) Crop pollination from native bees at risk from agricultural intensification. Proc. Natl Acad. Sci. USA. 99:16812–16816.
[6] Klein AM., Vaissiere B, Cane JH, Steffan-Dewenter I, Cunningham SA, Kremen C (2007) Importance of crop pollinators in changing landscapes for world crops. Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences 274: 303–313.
[7] Klein AM., Vaissiere B, Cane JH, Steffan-Dewenter I, Cunningham SA, Kremen C (2007) Importance of crop pollinators in changing landscapes for world crops. Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences 274: 303–313.
[8] Winfree R, Griswold T, Kremen C (2007) Effect of human disturbance on bee communities in a forested ecosystem. Conservation Biology 21:213–223
[9] Cane J, Minckley R, Kervin L, Roulston T, Williams N (2006) Complex responses within a desert bee guild (hymenoptera: apiformes) to urban habitat fragmentation. Ecological Applications 16:632–644
En marzo de 1996, una comisión británica de investigación que informaba a la Cámara de los Comunes concluyó que las enfermedades cerebrales notables observadas en los jóvenes probablemente se debían al consumo de carne de ganado infectado con EEB (Encefalopatía espongiforme bovina). El pánico estalló en Europa: el consumo de carne se derrumbó, la carne europea se volvió invendible, cientos de miles de ganado tuvieron que ser sacrificados y la carne se destruyó, y se impusieron rápidamente prohibiciones de importación a la carne de vacuno británica.
Tanto el público como los políticos reaccionaron con sorpresa y se dieron cuenta de que no existía un sistema ni un conjunto uniforme de normas en la UE para evaluar y controlar la seguridad de los alimentos. La crisis de la EEB demostró la insuficiencia de esta política y dejó muy claro que la seguridad alimentaria necesita reglas y que estas reglas deben estar estrictamente basadas en la ciencia, es decir, libres de intentos de grupos de presión de manipular e influir en la seguridad alimentaria.
Por lo tanto, el Parlamento, la Comisión y los gobiernos nacionales crearon un sistema coherente de evaluación de riesgos y gestión de riesgos basado en criterios científicos verificables. A nivel europeo, se creó la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, cuyo trabajo se revisa y evalúa de forma independiente cada seis años), y a nivel nacional, se crearon autoridades como la Autoridad Francesa de Seguridad Alimentaria (AFSSA), la Agencia Británica de Normas de Alimentos (FSA) o, en Alemania, el Instituto Federal de Evaluación de Riesgos (BfR).
Desde entonces, se han introducido criterios estrictos para la evaluación de alimentos, ya sean carnes, nuevos alimentos, alimentos de cultivos modificados genéticamente o residuos de plaguicidas.
“El sistema de evaluación científica ha demostrado su valía”
Matthias Berninger
El sistema ha demostrado su valía: el último caso de una persona infectada con EEB ocurrió en la UE en 2016, y aparte del brote de ECEH (E coli) en 2011, que resultó en 4.000 enfermedades y 53 muertes, pero que se resolvió y detuvo con bastante rapidez, no ha habido grandes escándalos alimentarios.
Las decisiones tomadas sobre la base de las evaluaciones científicas no siempre han sido del agrado de todos. De hecho, algunas, p. ej. sobre los neonicotinoides, han sido criticadas por la industria y Bayer ha apelado la posterior prohibición impuesta por la Comisión. Sin embargo, ni Bayer ni la industria han desafiado el sistema de evaluación científica.
Desafortunadamente, es una historia diferente por parte de las ONG ambientales que luchan contra la ingeniería genética, los plaguicidas y todo tipo de aditivos alimentarios. En el caso de la prohibición de los neonicotinoides, por ejemplo, elogiaron a las autoridades por su «valiente decisión», pero en el debate sobre la solicitud actual para extender la aprobación del glifosato, las mismas autoridades de repente están siendo retratadas como dependientes de la industria, infiltradas o incluso corruptas, en cualquier caso como subordinadas a la industria e irresponsables con el público. El proceso de evaluación está «controlado por la industria», afirma BUND, la rama alemana de Amigos de la Tierra, y agrega que las autoridades de aprobación carecen de «una distancia crítica con la industria» y que el procedimiento de aprobación debe ser «reformado radicalmente».
Paralelos sorprendentes
Llama la atención el paralelo de los opositores a las medidas del virus Corona y a la campaña de vacunación, que también acusan a las autoridades de estar demasiado cerca de la industria y de carecer de distancia crítica.
Aquí, como allí, se presentan «expertos» que representan posiciones que no son compartidas por la abrumadora mayoría de la ciencia: expertos que son conocidos principalmente por su cercanía con organizaciones que rechazan las vacunas, la ingeniería genética o los plaguicidas.
En el caso del glifosato, las opiniones externas se contrastan con los votos de los reguladores de Australia, Brasil, Alemania, la UE, Japón, Canadá, Corea, Nueva Zelanda, Estados Unidos y la FAO/OMS. Además, hay más de 800 estudios de seguridad, incluido el Estudio de salud agrícola (AHS) de EE. UU.. Durante 25 años, este estudio ha examinado continuamente a alrededor de 50.000 usuarios de productos fitosanitarios, incluidos 45.000 que aplican glifosato con regularidad. En todos esos años, no se ha encontrado ninguna asociación entre el uso adecuado de herbicidas a base de glifosato y el cáncer.
Más recientemente, en junio de 2021, cuatro organizaciones hermanas de la BfR alemana, las autoridades competentes de Francia, los Países Bajos, Suecia y Hungría encomendadas por la Comisión de la UE para realizar una evaluación del glifosato, también concluyeron que el glifosato no es cancerígeno y no representa un riesgo a los consumidores.
En este contexto, sembrar dudas con expertos cercanos a industrias específicas y con grupos de presión es consistente con la estrategia de negación de la ciencia organizada descrita por los historiadores de ciencia estadounidenses Naomi Oreskes y Erik M. Conway en 2010. En su libro “Merchants of Doubt” (Traficantes de dudas), Oreskes y Conway describen en detalle cómo los grupos de interés están tratando de influenciar a la opinión pública y los legisladores a su favor al disputar el consenso científico sobre cuestiones ambientales o de ciencias de la salud. La estrategia de estos grupos de presión es el patrón de organizaciones que intentan distorsionar el debate sobre el glifosato: omitir hechos, negar un consenso científico, socavar la confianza en las autoridades y las instituciones científicas. A esto se suman tácticas como la participación de pseudo-expertos, la selección de estudios y la difusión de mitos de conspiración, pero sobre todo el avivar los temores de daños a la salud.
Una política que opera sobre la base de las emociones
Esta estrategia también aprovecha el hecho de que muchos medios tienen dificultades para distinguir la ciencia real de la desinformación y las narrativas distorsionadas porque se esfuerzan por informar de manera equilibrada, y a menudo caen en un falso equilibrio al dar demasiado espacio a posiciones minoritarias o externas.
En la reciente pandemia, estamos siendo testigos de los peligros de esas tácticas: ya, partes de la población han desarrollado grandes reticencias hacia la vacunación, el uso de mascarillas y otras medidas.
Por supuesto, es legítimo criticar decisiones políticas que se basan en evaluaciones científicas. Pero es muy peligroso socavar el proceso de evaluación científica en sí y difamar a las autoridades responsables de las cuestiones de salud y seguridad. El resultado final será una política que operará sobre la base de las emociones, que devolverá a nuestra sociedad a la misma situación en la que estábamos cuando estalló la crisis de la EEB: al azar, indefensa y desprevenida.
De hecho, se necesitan aproximadamente $ 286 millones de dólares y 11 años de investigación y desarrollo para llevar un producto de este tipo al mercado.
Este artículo o extracto se incluye en la selección comisariada diaria del GLP (proyecto de alfabetización genética) de noticias, opiniones y análisis ideológicamente diversos sobre la innovación en biotecnología.
Si le pidiera a un grupo de profesionales médicos que nombrara los logros de salud pública más importantes del siglo pasado, es casi seguro que los antibióticos y la vacunación generalizada contra las enfermedades infecciosas encabezarían la lista. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EE. UU. agregarían la seguridad en los vehículos automotores, el agua fluorada, la seguridad en el lugar de trabajo y una disminución en el consumo de cigarrillos.
Si usted dijera que los plaguicidas no solo pertenecen en esa lista, sino que se encuentran en la parte superior de la misma, es probable que lo reciban con escepticismo, si no con incredulidad. Sobre este tema, los profesionales altamente educados son poco diferentes de los consumidores en general, quienes obtienen la mayor parte de su información de los reportajes de los medios que presentan abrumadoramente a los plaguicidas como una amenaza para la salud o incluso un peligro. En el mejor de los casos, algunos interlocutores de mente abierta podrían admitir que los plaguicidas son un mal necesario que los reguladores deberían tratar de limitar y, siempre que sea posible, eliminar de nuestro medio ambiente.
Sin embargo, según cualquiera de las medidas estándar de salud pública – reducción de la mortalidad, discapacidad y enfermedades infecciosas, así como mejora de la calidad de vida – la contribución de los plaguicidas modernos ha sido profunda. Un suministro adecuado de alimentos es absolutamente fundamental para la salud humana. Si se le niegan suficientes calorías, vitaminas y otros micronutrientes, los sistemas del cuerpo se descomponen. Las reservas de grasa se agotan y el cuerpo comienza a metabolizar los músculos y otros órganos para mantener la energía necesaria para la vida. Las funciones cardiorrespiratorias y gastrointestinales fallan y el sistema inmunológico se ve seriamente comprometido.
Un informe del 2019 del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) encontró que “un tercio de los niños menores de cinco años están malnutridos – raquíticos, con emaciación o sobrepeso – mientras que dos tercios corren riesgo de desnutrición y hambre oculta debido a la mala calidad de sus dietas.» Y según la Organización Mundial de la Salud, la desnutrición es actualmente una causa subyacente en casi la mitad de las muertes de niños menores de cinco años. Los recién nacidos mal alimentados que sobreviven a la primera infancia pueden sufrir un retraso en el crecimiento permanente y un deterioro cognitivo de por vida. La muerte se debe con mayor frecuencia a la desnutrición que a los asesinos transmitidos por insectos como la malaria, la enfermedad de Lyme, el virus Zika, el dengue y la fiebre amarilla combinados. Además, hace que las personas sean más susceptibles a este tipo de enfermedades infecciosas. Los plaguicidas ayudan a abordar todos estos problemas aumentando el suministro de alimentos, controlando el crecimiento de micotoxinas dañinas, y previniendo las picaduras/mordeduras de mosquitos, garrapatas, otros insectos transmisores de enfermedades y los roedores.
La seguridad alimentaria es un fenómeno reciente
La comunidad médica conoce todos los trazos generales anteriores, al menos en abstracto. Pero al vivir en una época de abundancia agrícola sin precedentes, a menudo damos por sentada la provisión de dietas adecuadas. No deberíamos.
Como señaló el economista Robert Fogel en un libro del 2004, incluso en las naciones avanzadas e industrializadas, la seguridad alimentaria generalizada es un fenómeno relativamente reciente. Según el profesor Fogel, el consumo de calorías per cápita a mediados del siglo XIX en Gran Bretaña apenas igualaba a lo que el Banco Mundial denominaría hoy el de las naciones de «bajos ingresos». La disponibilidad de calorías en Francia a principios del siglo XIX la colocaría hoy en día entre las naciones con mayor inseguridad alimentaria del mundo. No fue hasta bien entrado el siglo XX que incluso las naciones más ricas alcanzaron el nivel de consumo de calorías per cápita necesario para escapar de la desnutrición crónica.
Lo que lo hizo posible fue un rápido aumento de la productividad agrícola después de la Segunda Guerra Mundial. Los rendimientos de los cultivos habían mejorado durante los dos siglos anteriores, sin duda, pero como se puede ver en gráficos de las tendencias históricas del rendimiento, el progreso fue lento y desigual. Eso cambió drásticamente a mediados de la década de 1940, cuando las curvas de rendimiento gradualmente ascendentes se volvieron repentinamente hacia arriba, subiendo casi verticalmente hasta donde se encuentran hoy.
Los rendimientos medios del trigo en Gran Bretaña en 1942, que estaban apenas en un treinta por ciento por encima de su nivel un siglo antes, se duplicaron en 1974. A finales de la década de 1990, se habían triplicado en comparación con 1942. Los cultivos en Europa occidental y Estados Unidos siguieron una trayectoria similar: crecimiento lento o estancamiento en la era anterior a la Segunda Guerra Mundial, seguido de una rápida aceleración a partir de fines de la década de 1940. Los rendimientos de maíz por hectárea de EE. UU., que habían aumentado solo un dieciocho por ciento entre 1900 y 1945, se triplicaron en los siguientes cuarenta y cinco años y, para 2014, habían aumentado más del 460 por ciento.
El papel fundamental de los plaguicidas
Entonces, ¿qué cambió para producir mejoras tan dramáticas? Los dos factores citados con mayor frecuencia son los fertilizantes nitrogenados más baratos producidos por el método Haber-Bosch de fijar nitrógeno directamente del aire, que entró en funcionamiento después de 1910, y los nuevos cultivos híbridos creados por Henry Wallace, que se comercializaron por primera vez en 1926 por su empresa de semillas, Pioneer Hi-Bred Corn Company (más tarde Dupont Pioneer y ahora Corteva Agriscience). Ambas innovaciones fueron adoptadas rápidamente por los agricultores en la primera mitad del siglo XIX – el uso de fertilizantes nitrogenados artificiales por parte de los agricultores estadounidenses se multiplico por diez entre 1900 y 1944, y el sesenta y cinco por ciento estaban plantando cultivos híbridos en 1945 – pero su uso y el desarrollo aumentó enormemente en los años de la posguerra.
Sin embargo, a menudo se ignora la introducción posterior a la Segunda Guerra Mundial de nuevos plaguicidas químicos sintéticos que redujeron drásticamente las pérdidas de los cultivos y posibilitaron gran parte del crecimiento del rendimiento estimulado por los nuevos fertilizantes y semillas. Los agricultores habían estado usando plaguicidas químicos desde los primeros días de la agricultura, pero hasta mediados de la década de 1940, estos eran en gran parte compuestos químicos simples que contenían azufre y metales pesados.
Un ejemplo fue el sulfato de cobre, del que los agricultores orgánicos todavía dependen hoy en día debido, irónicamente, a su alta toxicidad, actividad plaguicida indiscriminada y efectos duraderos (es decir, persistencia en el medio ambiente). Sin embargo, losavances en la química orgánica (es decir, basada en el carbono) proporcionaron a los agricultores de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial una amplia gama de plaguicidas altamente efectivos y cada vez más específicos que han revolucionado la agricultura.
Sin embargo, incluso estas cifras subestiman enormemente la contribución de los plaguicidas modernos. Como han señalado el profesor Oerke y otros, muchos de los atributos críticos de las variedades modernas de cultivos que permiten mayores rendimientos hacen que los cultivos modernos sean más atractivos para las plagas; estos incluyen tallos más cortos (que previenen el daño de los elementos pero aumentan la competencia de las malezas), mayor resistencia al frío (que permite una siembra temprana de primavera y cultivos dobles), mayor densidad de cultivos y mayor producción de nutrientes estimulados por los fertilizantes sintéticos. Sin la innovación de los nuevos plaguicidas, gran parte de los beneficios del uso mejorado de fertilizantes e incluso la capacidad de supervivencia de las nuevas variedades de plantas que definen la agricultura en la actualidad se verían severamente restringidos o incluso bloqueados.
La ‘Revolución Verde’
En la década de 1960, el rápido crecimiento de la población en todo el mundo generó alarmas de hambruna generalizada. Muchos de los temores fueron exagerados, pero la urgencia era real. Durante el siguiente medio siglo, la población mundial se duplicó, y gran parte del aumento tuvo lugar en naciones pobres que ya eran crónicamente incapaces de alimentar a sus poblaciones. El hecho que el mundo haya evitado una hambruna generalizada se le atribuye en gran parte a un hombre: Norman Borlaug.
Conocido como el «Padre de la Revolución Verde» y «el hombre que salvó mil millones de vidas», recibió el Premio Nobel de la Paz en 1970 por sus incansables esfuerzos para exportar los beneficios de la tecnología agrícola a los agricultores en apuros de todo el mundo. Los efectos fueron dramáticos: los nuevos híbridos de trigo de alto rendimiento y resistentes a enfermedades que Borlaug introdujo en México, Pakistán e India duplicaron los rendimientos en cuestión de años y ayudaron a convertir a esas naciones en exportadoras netas.
Borlaug fue categórico durante toda su vida en que el éxito de la Revolución Verde solo era posible gracias a los plaguicidas modernos. En un discurso que pronunció un año después de recibir el Premio Nobel, condenó enérgicamente la «campaña de propaganda histérica y viciosa» del movimiento ambientalista contra los productos químicos agrícolas. Insistiendo en que los insumos químicos eran “absolutamente necesarios para hacer frente al hambre”, expresó su alarma de que la legislación que se estaba impulsando en el Congreso de los Estados Unidos para prohibir los plaguicidas condenaría al mundo al hambre.
A partir de la década de 1960, liderada por avances dramáticos en las naciones en desarrollo, la producción agrícola mundial comenzó un ascenso impresionante. El Profesor Patrick Webb de la Universidad de Tufts calculó: «En los países en desarrollo de 1965 a 1990, hubo un aumento del 106 por ciento en la producción de granos, lo que representó un aumento de aproximadamente 560 kilogramos per cápita a más de 660 kilogramos per cápita.» Y según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, el rápido aumento de la producción de alimentos provocó una reducción del hambre en el mundo, que se define como no tener una ingesta calórica adecuada para satisfacer los requisitos mínimos de energía, de más de la mitad entre 1970 y 2014. Detrás de esa simple estadística hay miles de millones de muertes prematuras evitadas, miles de millones de vidas rescatadas de enfermedades y sufrimientos crónicos, y comunidades enteras e incluso naciones salvadas de un ciclo interminable de subdesarrollo y pobreza extrema. Desde una perspectiva de salud pública, esos logros difícilmente pueden ser exagerados. Desafortunadamente, rara vez apenas se mencionan en estos días.
Prevalece el miedo, no los hechos
La discusión de los plaguicidas hoy ignora en gran medida los retos inherentes a la producción de alimentos en la escala necesaria y se centra en cambio en los temores exagerados que les rodea, a pesar de que están entre los más rigurosamente probados y estrictamente regulados de cualquier clase de productos. El resultado es una creciente reacción política y pública que retrasa la innovación de nuevos productos, restringe e incluso prohíbe del mercado productos perfectamente seguros, efectivos y establecidos.
El impulso creciente hacia la expansión de las prohibiciones de plaguicidas en Europa ha puesto en duda la viabilidad misma de la agricultura en ese continente. Una avalancha de demandas en los Estados Unidos contra plaguicidas (como el herbicida glifosato) universalmente considerados seguros por los reguladores podría poner a nuestro país en un camino similar. Mientras tanto, las agencias de desarrollo internacional, como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, que una vez defendió la Revolución Verde, están presionando a los agricultores más pobres del mundo para que adopten enfoques «agroecológicos» que prohíben los plaguicidas modernos (y otras tecnologías y productos) y son hasta cincuenta por ciento menos productivos. Esa es una receta para desafíos potencialmente mortales para la seguridad alimentaria.
Una cosa sería si este amplio ataque a los plaguicidas modernos aprobados por los reguladores tuviera mérito científico, pero el enfoque obsesivo de políticos, activistas y medios de comunicación sobre los riesgos percibidos para los consumidores colapsa bajo el escrutinio científico. En esto, se asemeja mucho al desafío de salud pública que presenta el movimiento contra la vacunación, que está liderado por muchos de los mismos grupos ambientalistas. Una diferencia fundamental es que el movimiento contra los plaguicidas cuenta con el apoyo de miles de millones de dólares de financiación anual de organizaciones sin fines de lucro adineradas, gobiernos (principalmente de la UE) y una floreciente industria agrícola/alimentaria orgánica que busca aumentar su participación en el mercado mediante la difusión de afirmaciones falsas y engañosas sobre la agricultura convencional.
Y a diferencia de la propaganda anti-vacunación, los medios de comunicación repiten automáticamente y amplifican el mensaje anti-plaguicidas con poca matización. («Si sangra, manda»). Incluso voces aparentemente autorizadas en la comunidad de la salud, como la Asociación Estadounidense de Pediatría, aconsejan al público que coma alimentos orgánicos, asumiendo erróneamente que los agricultores orgánicos no usan plaguicidas (lo hacen, y muchos) o quizás creyendo que los «plaguicidas naturales» hechos con metales pesados son de alguna manera menos tóxicos que los sintéticos. (La UE ha considerado prohibir el sulfato de cobre debido a sus riesgos humanos y ambientales, pero ha continuado reautorizándolo porque los agricultores orgánicos no tienen alternativas viables). Irónicamente, muchos plaguicidas orgánicos son considerablemente más dañinos para el medio ambiente.
Uno de los ejemplos más exitosos de propaganda anti-plaguicidas es la lista anual “Dirty Dozen” (docena sucia) producida por el grupo activista ambiental (Environmental Working Group, que también difunde el temor a las vacunas), destacando las frutas y verduras que tienen los residuos de plaguicidas detectables más altos. La capacidad de la tecnología moderna para detectar sustancias medidas en partes por mil millones o incluso por billón es extraordinaria, pero los residuos infinitesimales que se encuentran en los alimentos son casi con certeza demasiado pequeños para tener algún efecto fisiológico y, bajo cualquier medida razonable, representan un riesgo insignificante para los consumidores.
Las «tolerancias» (niveles de seguridad) reglamentarios de plaguicidas se calculan dividiendo la dosis más alta de un plaguicida que no tiene un efecto detectable en animales de laboratorio por un «margen de seguridad» de cien a mil, que establece un límite máximo de exposición sobre la cantidad acumulada de residuos de todos los productos aprobados, lo que significa que los reguladores consideran la suma de las tolerancias actuales al determinar el nivel de tolerancia para un nuevo producto. Para fines de comercio, los límites máximos de residuos (LMR) se establecen basándose en los niveles de seguridad multiplicados por un margen de seguridad adicional. Por lo tanto, incluso si se exceden los LMR, existe un riesgo muy bajo de efectos sobre la salud.
Por ejemplo, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria señaló en su informe de seguimiento anual más reciente sobre residuos de plaguicidas (2017), que más de la mitad (cincuenta y cuatro por ciento) de 88.000 muestras en la Unión Europea estaban libres de residuos detectables. En otro cuarenta y dos por ciento, los residuos encontrados estaban dentro de los límites legales (LMR). Solo alrededor del cuatro por ciento excedió estos límites, que por tratarse de niveles ínfimos y por los márgenes de seguridad incorporados aún era poco probable que representaran un problema de seguridad.
Paradójicamente, los reguladores no aplican factores de seguridad tan grandes y conservadores a otras sustancias más tóxicas que consumimos de forma segura en cantidades mucho mayores todos los días. Considere, por ejemplo, la diferencia entre beber una o dos tazas de café y beber de cien a mil tazas a la vez. Dado que una dosis letal de cafeína es de unos diez gramos y una taza puede contener fácilmente 150 miligramos, sesenta y seis tazas podrían ser fatales. De manera similar, la naturaleza absurda de las afirmaciones del Grupo de Trabajo Ambiental se ve en los cálculos de las cantidades imposibles que uno tendría que consumir en un solo día, por ejemplo, 1,190 porciones de manzanas, 18,519 porciones de arándanos, 25,339 porciones de zanahorias según la Alliance for Food and Farming (Alianza para alimentos y agricultura): solo para alcanzar el nivel sin efecto.
De manera similar, las discusiones sobre los riesgos de cáncer comúnmente no reconocen que la mayoría de las frutas y verduras que forman parte de una dieta saludable contienen de forma natural sustancias químicas que son cancerígenas potenciales en dosis suficientemente altas. Muchas, como la cafeína y los alcaloides de los tomates y las papas, son plaguicidas naturales producidos por las propias plantas para protegerse de los depredadores. El Dr. Bruce Ames, quien inventó la prueba que todavía se usa hoy en día para identificar los carcinógenos potenciales, y sus colegas estiman que el 99,99 por ciento de las sustancias plaguicidas que consumimos son esos plaguicidas naturales, que, por supuesto, consumimos de manera rutinaria y segura.
Prevención de enfermedades
El papel de los plaguicidas en la protección de la salud pública es amplio, variado y, a veces, no evidente. Por ejemplo, la adición del plaguicida cloro al agua potable pública mata las bacterias dañinas. Los hospitales dependen de plaguicidas llamados desinfectantes para prevenir la propagación de bacterias y virus, y los fungicidas en pinturas y masillas previenen el moho dañino, mientras que los herbicidas controlan las malezas productoras de alérgenos como la artemisia y la hiedra venenosa. Los raticidas se utilizan para controlar los roedores que transmiten enfermedades como la peste bubónica y el hantavirus, y hay más de 100,000 enfermedades conocidas transmitidas por mosquitos, garrapatas y pulgas, que infectan a más de mil millones de personas y matan a más de un millón de ellas cada año; esas enfermedades incluyen la malaria, la enfermedad de Lyme, el dengue, el virus del Nilo Occidental y el Zika.
A pesar de que el número de infecciones transmitidas por garrapatas y mosquitos en los Estados Unidos se han disparado, el CDC (centro de control de enfermedades) advierte que estamos peligrosamente sin preparación – en gran parte debido a la oposición a los plaguicidas de última generación por parte de las organizaciones medioambientales bien financiados y las industrias de alimentos orgánicos y productos naturales, y temor que estas suscitan en el público.
Finalmente, las toxinas naturales llamadas micotoxinas, producidas por ciertos mohos (hongos), pueden crecer en una variedad de cultivos alimenticios diferentes, incluidos cereales, nueces, especias, frutas secas, manzanas y granos de café. Las más preocupantes son las aflatoxinas genotóxicas, que pueden causar intoxicación aguda en grandes dosis. Los cultivos frecuentemente afectados por aflatoxinas incluyen los cereales (maíz, sorgo, trigo y arroz), las semillas oleaginosas (soja, maní, girasol y semillas de algodón), especias (chiles, pimienta negra, cilantro, cúrcuma y jengibre) y frutos secos (pistacho, almendra, nuez, coco y nuez de Brasil). Los plaguicidas son eficaces para controlar el crecimiento de estas y otras micotoxinas.
Epílogo
Ciertamente, al igual que con los productos farmacéuticos y los dispositivos médicos, los plaguicidas deben ser bien regulados y monitoreados, especialmente para detectar posibles efectos en ciertos segmentos de la población, como los agricultores, que tienen el contacto más directo (pero que tienen tasas de cáncer más bajas que la población general). (Vea aquí, aquí, aquí, y aquí.)
El control de plagas ha avanzado mucho. La toxicidad de los plaguicidas modernos ya se ha reducido en un noventa y ocho por ciento y la dosis de aplicación ha bajado en un noventa y cinco por ciento desde la década de 1960. Yo cecí en la era de “Cosas mejores para vivir mejor… con química” (eslogan publicitario de DuPont 1935-1982) y viví lo peor de la reacción hacia los productos químicos generada en gran parte por la publicación del libro convincente, pero a menudo deshonesto de Rachel Carson Silent Spring (Primavera Silenciosa). Ahora, los productos químicos están siendo complementados, y en ocasiones suplantados, por la biotecnología, pero eso no viene al caso; el beneficio neto de los plaguicidas, ya sean químicos o biológicos, es irrefutable. Nuestro mayor desafío de salud pública en la actualidad no son los productos químicos; más bien, es la ignorancia institucionalizada y la propagación del miedo lo que amenaza con deshacer algunos de los mayores usos tecnológicos y humanitarios de esos productos en el siglo XX.
Henry I. Miller, médico y biólogo molecular, es investigador principal del Pacific Research Institute. Fue el director fundador de la Oficina de Biotecnología de la FDA. Síguelo en Twitter en @henryimiller
Este artículo fue publicado originalmente en Science 2.0. Esta versión fue traducida del artículo publicado el 9 de marzo 2020 en Genetic Literacy Project.
Los plaguicidas no solo previenen la transmisión de enfermedades transmitidas por vectores a las personas, sino que también mejoran significativamente la seguridad alimentaria al prevenir las enfermedades transmitidas por insectos en las plantas y la pérdida de cultivos debido a las infestaciones de malezas.
Son insectos
invasivos, amantes de todos los vegetales, pueden devorar más de 400 especies
vegetales gracias a su potente aparato bucal masticador. Son un peligro cuando
se convierten en enjambres o “mangas” porque devoran todos los cultivos a su
paso, incluyendo el pasto.
Científicos,
entomólogos, autoridades, agricultores y hasta el ejército participan en planes
de control y mitigación de los daños que puedan ocasionar estos insectos. Las
alertas por la presencia de la plaga están activas en Centroamérica, México y
el Cono Sur. Se trata de dos especies de langostas distintas, la langosta
voladora que habita en territorios de Brasil, Paraguay, Uruguay y
Argentina. Mientras que la langosta centroamericana vive desde México
hasta Panamá.
El control
químico es la herramienta más efectiva para mantener a raya a las langostas,
sin embargo, es una plaga prolífica, es decir, se reproduce de manera
exponencial, por lo que su control sigue siendo un desafío. En América Latina
las autoridades de los países con presencia de las langostas trabajan de manera
conjunta con alertas tempranas y con la autorización para aplicar insecticidas.
Cuando las poblaciones de langosta son “ninfas” se realizan aplicaciones
terrestres, pero cuando ya alcanzan el tamaño de un enjambre o manga se deben
hacer aplicaciones aéreas, utilizando aviones para este fin, helicópteros y
drones.
Tal vez ustedes
hayan visto recientemente las imágenes de los ataques de langosta en África, y
aunque son del mismo género que las de América Latina, la que atacó
recientemente cultivos en Kenia, Etiopia y Somalia es la langosta del
desierto, una plaga bíblica que no se ha podido controlar ni con la
ciencia, ni con la tecnología disponible en el siglo XXI.
Los cambios en el clima favorecen el nacimiento de nuevas langostas, una temporada de lluvias inesperada o atípica puede generar una explosión de huevos y nuevas langostas. De ahí que los agricultores deben estar alerta con un agudo sentido de la observación e intervenir con medidas adecuadas de control.
Si deseas conocer más acerca de las langostas visita: croplifela.org
Al gusano cogollero le encanta el maíz, su fácil
reproducción lo convierte en una de las principales preocupaciones de los
productores de este grano y en una plaga que mantiene la atención de la ciencia
para controlarla.
Este cereal de origen centroamericano ha
sostenido durante diez mil años a la población mundial, no solo con su cuota
alimentaria, sino con sus múltiples beneficios para la economía, la riqueza
cultural e incluso las tradiciones religiosas.
Así como el arroz significó el desarrollo
para Asia, el maíz marcó toda una ruta de crecimiento para Mesoamérica, al ser
un cultivo domesticado que no sólo sería útil para el alimento, sino que a
través del tiempo representaría materia prima para biocombustibles, textiles,
cosméticos, medicamentos, alimentos procesados y un sin fin de usos
industriales.
Pero la producción de maíz se ha visto
amenazada por la Spodoptera Frugiperda más conocida popularmente como gusano o
isoca cogollero. Brasil, Argentina y México como los países de mayor producción
de maíz en América Latina han visto su impacto.
Esta oruga que causa el principal daño en
estado de larva, es polífoga, es decir come cantidades que superan su propio
peso y además, se alimenta de otras plantas, es así que una vez haya devorado
el cogollo de las plantas de maíz, puede pasar a otros cultivos de gramíneas
como el sorgo.
El daño del gusano cogollero puede ser
completo, desde la germinación hasta la maduración del cultivo de maíz. La
plaga comienza debilita el tejido vegetal al morder las hojas de la planta
hasta causarle pequeñas manchas conocidas como “ventanitas”. Fortalece su
sistema bucal al perforar las hojas del cogollo de la planta, hasta reducir el
sistema vegetativo y llegar a los granos de maíz. Se estima que las larvas
consumen en promedio 179.7 cm2 de superficie foliar de hojas de maíz.
Estos daños en regiones tropicales y
subtropicales pueden representar pérdidas en el rendimiento de un 30 a un 64 %
de las cosechas de maíz. Afortunadamente con ciencia y tecnología y con un buen
Plan de Manejo Integrado de Plagas, MIP, ingenieros agrónomos, técnicos
agrícolas y productores han logrado controlarla en América Latina. Sin embargo,
en África es una plaga que afecta a más de 44 países, y que ha exigido
inversiones de millones de dólares y el trabajo conjunto de entidades
internacionales como la FAO, gobiernos locales, universidades, científicos y
sector privado.
El maíz es uno de los principales cultivos en el mundo, y su producción está acompañada de ciencia y tecnología. Hoy se encuentran en el mercado semillas de maíz resistentes a plagas, con características que permiten aumentar los rendimientos, y mejorar la calidad del grano.
Si existe un alimento al que se le deba dar reconocimiento por proteger la seguridad alimentaria, ese debe ser el arroz. Un cereal de origen asiático, que se cosecha y consume en todos los rincones del planeta.
El arroz junto al trigo, el maíz, el algodón entre otros, son cultivos antiquisimos y por lo mismo los avances tecnológicos son notables. Hoy contamos con semillas de arroz certificadas que permiten mayor productividad y calidad, con insumos de fertilización y protección del cultivo; encontramos plantaciones de arroz súper tecnificadas y también pequeños productores familiares. Tenemos una gran variedad de arroces, desde el tradicional blanco o integral, de grano largo, grano corto, hasta el arroz salvaje conocido por su color oscuro. Arroces que requieren distintos tiempos de cocción y que son utilizados en un sinfín de recetas, desde sushi, paella o el tradicional arroz con leche.
A pesar de ser un alimento
popular, que en América Latina se sirve en la mesa prácticamente todos los días
en Nicaragua, Costa Rica, Colombia, Venezuela, Perú y Brasil, su producción
exige muchos cuidados, conocimiento y tecnología.
Para que el arroz llegue a
nuestra mesa, los productores de este apetecido grano enfrentan varias dificultades, entre ellas el clima, las plagas, malezas y
enfermedades. Una de las enfermedades más complicadas del arroz es el añublo bacterial de
la panícula, una enfermedad bacteriana que causa la pudrición de los granos
y plántulas del cereal.
Esta enfermedad agrícola
de origen nipón llegó a Colombia en 1989, a Panamá en el 2007 y se
registró en¡ Venezuela en el 2011. En 2006 la enfermedad volvió a atacar a
Colombia, generando perdidas de más del 40% en rendimiento de los cultivos de arroz.
Pese a los esfuerzos por
controlar la bacteria a través del uso adecuado de bactericidas, la enfermedad
ha permanecido en algunas zonas de América Latina, en donde la
temperatura supera los 30°C y la humedad es mayor a 80%. Estas condiciones ambientales favorecen
el desarrollo de la bacteria y puede causar pérdidas en los rendimientos de
hasta el 80%, y generar emergencias sanitarias.
Para evitar los problemas
del añublo bacterial los productores de arroz protegen sus cultivos con
Buenas Prácticas Agrícolas que incluyen el uso correcto de bactericidas, el uso
de semillas certificadas, riesgo y fertilización adecuado, rotación de cultivos
y eliminación de residuos de cosechas. Estas prácticas además contribuyen a
controlar las malezas que pueden ser el primer problema que enfrentan los
arroceros en todo el mundo.
El consumo de arroz continuará aumentando, se estima que para 2050 el consumo anual de este cereal a nivel global crecerá de 420 a 525 millones de toneladas. América Latina tiene el potencial de aumentar de manera sostenible su producción de arroz. El reto es mejorar las practicas agrícolas y con ellas los indicadores ambientales.
Fuentes:
Día Mundial de la Alimentación: qué es el «arroz esnórquel» y por qué será preservado durante cientos de años. (2018/10/16). BBC
La industria del arroz, golpeada por la COVID-19 y el cambio climático. (2020/05/20). Iagua
Orús. A. (2023/02/20). Los diez principales países consumidores de arroz a nivel mundial 2022/2023. Statista
Añublo Bacterial de la panícula, la enfermedad con mayor impacto en el cultivo de arroz. (s.f). Croplifela